Cuando se acercan estas fechas, ese sentimiento dulcemente amargo aflora cada año.
En estos días en los que todo es alegría, ella se siente mucho más sola.
-Pero ahora canto villancicos -Pensó para sí,
Y la simple compañía de la música navideña le da una pincelada de color a su sombría existencia...
Cantaba al compás del movimiento del cucharón al preparar la comida, mientras cosía o limpiaba y, lo más importante, sin darse cuenta, sonreía.
A la hora de salir a pasear, de nuevo ese ambiente navideño ahuyentaba en parte su soledad. Miraba las luces de colores, y se encandilaba con sus parpadeos. Se abstraía en cada escaparate imaginándose a sí misma, dentro de un mundo como el que le rodeaba, lleno de color y alegría.
Compraba en su mente regalos para esos familiares fantasmas, y los abrazaba y se sentía abrazada…
Se paraba a ver como los niños se lanzaban bolas de nieve, o se deslizaban por las cuestas, sentados en trineos que ellos mismos habían fabricado. Y, por unos momentos era feliz así.
¿Unos momentos?
A ella le parecían horas y daría lo que fuera por seguir gozando de esa irrealidad tan real, pero…
Siempre el mismo final.
Una voz la llamaba por su nombre:
-María, María, despierta. Te has vuelto a quedar dormida. Te acompaño a tu habitación.
Y de nuevo en la residencia, su realidad irreal. Rodeada de ancianos como ella y enfermeras que siempre llegaban en el momento más inoportuno, volvía esperar, con la paciencia que da el tener todo el tiempo del mundo, la llegada de la próxima abstracción.