Pensaba durante el vuelo en la cantidad de cosas bonitas que iba a ver, y sí, en cuestión de arquitectura tienen maravillas, pero los edificios por dentro están deshabitados o en ruinas. Una pena.
Creía que iban a ser días de descanso y fueron días agotadores. En Praga todo está al alcance de la mano, con lo que “dándole a la pata” se llega a todos lados… muerto y con los pies hechos polvo, pero se llega.
Estaba segura de que unque no llevaba mi PC, con Internet en el móvil, tanto las felicitaciones por el aniversario, como las que recibiera el día de la Virgen de Montserrat, llegarían a buen puerto… No tuve conexión ni siquiera telefónica, desde que llegué hasta poner de nuevo los pies en España.
- “¡Mejor!” pensaréis algunos
- “¡Peor!”, pensaba yo.
¿El tiempo?
Ni malo, ni bueno. Medio lluvioso y fresquito, que para andar y andar, viene bien. (No quiero ni pensar lo que será eso mismo en pleno verano)
¿Lo que más me gustó del viaje?
La catedral (es una maravilla)
Los dos conciertos de música de cámara a los que “por gracia” asistimos (La música genial, pero los escenarios dejaban mucho que desear). Os dejo una muestra de algo más de 2 minutos.
El café expreso de Starbucks que nos acompañó y consoló las carencias en cuestiones alimenticias durante los 4 días que estuvimos por allí.
Lo que más me disgustó:
Las calles empedradas ( y yo con tacones), la masificación (interminables grupos de turistas detrás de los guías que encontrabas mirases a donde mirases) y los interiores de los monumentos que carecen de cualquier tipo de interés.
Recuerdos que seguro permanecerán:
Los tulipanes de los jardines del castillo (ya sabéis que me encantan estas flores)
El mercado medieval (por las cosas tan curiosas que allí “se cocían”)
Los doscientos ochenta y siete escalones que subimos por una estrecha escalera de caracol, para ver la ciudad a vista de paloma volando (por lo bello de las vistas y la dificultad para llegar arriba… Y abajo).
Y ya no os cuento más por no aburriros.