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viernes, 14 de marzo de 2008

El árbol que tenía sentimientos.

Sentía como corrían, saltaban, chillaban… porque los árboles no ven ni oyen, pero en su mente de árbol nadie podía evitar que se formasen toda clase de imágenes en las que él participaba de los juegos del grupo de chiquillos, que se divertían cada tarde bajo su sombra. Compartía travesuras, risas, peleas, abrazos y hasta algún que otro llanto.





Como árbol que era, carecía de sentidos, pero sus sentimientos estaban tan desarrollados que la carencia de los primeros se suplía con la abundancia de los segundos y, sin que ninguno de los niños lo percibiera, acercaba una rama a la mano del más pequeño, demasiado bajito para llegar a asirse a ella de otro modo; o volcaba su fuerza en la que, en aquel momento soportaba el peso del mayor, para evitar que se rompiera y el niño cayera al vacío.





A la hora de saltar, discretamente acercaba sus ramas al suelo para hacer más corta la distancia y minimizar de este modo el riesgo de que los pequeños pudieran hacerse daño.


Pero su momento preferido llegaba, cuando el agotamiento invadía el grupo aún sin haber sido invitado y, ya cansados, se sentaban sobre sus raíces, y comenzaban a acurrucarse y buscar una postura cómoda entre estas y su tronco; entonces él, los abrazaba con tanta suavidad, con tanto mimo y cariño como lo haría una madre con cualquiera de ellos en su regazo…
Esta imagen de ternura detenía el tiempo y deseaba que no acabara nunca…

La tarde pasaba , y los niños marchaban; entonces hay quien dice que se le oía susurrar: volved mañana que por unas horas me hicisteis sentir casi humano…

Siempre pensé que los árboles tienen sentimientos.

Fotos tomadas del portfolio de Rarindra Prakarsa en Photo. Net.



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